...Pero hubo uno en específico, imposible de olvidar para ambos. Nunca me dijo su nombre, ni cuando me pasó a su departamento.
Era fornido, más alto que yo, con un rostro tan atractivo que, por un momento pensé que podría ser modelo.
Era fornido, más alto que yo, con un rostro tan atractivo que, por un momento pensé que podría ser modelo.
No dijo nada, y me condujo por un pasillo con puertas cerradas hasta su habitación. Nada más entrar y cerrar. Me tomó de la cintura, sus manos eran grandes y fuertes, y me jaló con tanta facilidad hacia él como alguien que toma un listón. Sentí su pecho, firme, su abdomen casi esculpido contra mi cuerpo al besarme y sentía que me derretía de placer en ese momento.
-Estás hermoso, cabrón- dijo mientras me alzaba y me arrojaba a la cama.
-Desvístete-ordenó.
No había terminado de quitarme la primera prenda cuando él ya estaba completamente desnudo y erecto. Se abalanzó sobre mí y con desesperación me quitó todo, por no decir que casi me lo arranca. Y una vez desnudo yo también, no le costó ningún trabajo girarme.
Algo se rompió. Me dolía, Dios, me dolía, sentía que me estaban desgarrando.
Intentaba salir debajo de él, pero su peso no me lo permitía.
Con cada subir y bajar de su cintura, comencé a gritar. Incluso pedí por ayuda, pero mis gritos se vieron ahogados por su enorme mano que me tapó la boca y parte de la nariz.
-Cállate, si bien que te gusta esto, putita- me susurró.
Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro, como si fuera lo último que me quedara para pedir piedad. Pero él no se detuvo.
-Cómo me prende que lloren-dijo. Su voz derramaba placer y miel.
No sé cuanto tiempo pasó pero cuando terminó dentro de mí, se levantó como si nada, busco una toalla y dijo:
-Ya te tienes que ir, que mi esposa no tarda en regresar. Ya sabes dónde está la puerta. Me voy a bañar.
Y se encerró en su baño.
Tomé mis cosas, me vestí tan rápido que la playera la traía al revés. El cuarto olía a sudor y a sangre. No quise mirar la cama. Y cuando estuve a punto de salir de la habitación, aquel hombre me gritó desde el baño:
-No despiertes a mi hijo, que está dormido.
(Tomado de "Tú", de Roberto Eduardo Cortés Rivas)
¿Y así le creen a los mojigatos hombres casados que hablan y propugnan acerca de la familia?
Con el debido respeto:
¡Vayan y chinguen a su putísima madre!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario